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viernes, 9 de mayo de 2008

La Pasión de Mae Adisa - ****Anticipo I*****

Ella pasó como una sombra que de pronto cubrió el sol, sólo por unos segundos. Y fue el soplo que descorrió el telón de una tormenta, la brisa que dobla los tallos del tiempo, y se asoma entre los árboles de un bosque, de una calle, por el hueco de una ventana y vigila por un rato el sueño de sus hijos, les susurra su magia tratando de encaminarlos en el tránsito por esta vida, que es sólo un paso más en la elevación. Y ella es el bosque y es la calle, el viento mismo rugiendo su sinfonía verde, mimetizado el brazo con la espada que arranca el rayo, que lo recrea y lo reparte. Sonríe mientras anda orientada por su intuición, y en el vuelo va dejando partes de su vestido colgado en el borde de las nubes que se tiñen de rosa, de violetas, algunas de negro, para anunciar nuevos temporales. En su periplo siente manos y brazos que se estiran hacia ella, voces que la invocan o la idolatran, otras voces que la olvidan o la maldicen o la equivocan. El murmullo colmenar se eleva o cae desde muchas partes, y ella puede escuchar todo, y todo converge en el uno, en su corazón, en su aliento, en la punta de la espada que se adueña de las furias del cielo.
Distraída en sus pensamientos y en sus vuelos fue atraída por una voz dulce y distinta que pronunciaba el nombre sagrado: ¡Oyá! ¡Oyá!
Oxum estaba lavando su cabello en la orilla del río, y cantaba recordando una de sus travesuras. Su padre le había hecho un encargo para atraer al Ogún de nuevo al pueblo y ella, para hacerlo bajar del árbol donde se había encaramado, bailó desnuda en el arroyo. Al levantar la vista vio la estela roja del vestido de Oyá. Su rostro ¿meditabundo? ¿preocupado? ¿abstraído? tenía una belleza abrumadora y fuerte, como tallado a golpes pacientes con el hacha de Xangó. Y entonces le pidió a varios pájaros que pronunciaran el nombre del Orishá para llamar su atención, voces que unidas se hicieron una y cristalina reverberando en el cielo. ¡Oyá…! ¡Oyá…!
La patrona del viento y el rayo vio como cada gota de agua que caía del cabello de Oxum se transformaba en planta o flor, en grano de polen que fertiliza el útero eterno de la madre tierra, en pistilo que asoma su cabeza para robarle vida al sol. La vio bella y seductora mientras su rostro se reflejaba en el río, y las piedras danzaban alrededor y mutaban sus colores para formar espejos que enmarcaran la magia de sus rasgos.
Oyá decidió entonces descansar y ponerse al día con los chismes de Orún, el cielo, donde moran las familias de Orishá. Oxum hizo crecer las hojas de un labelo mimético con forma de avispa, hasta asemejarse a una sombrilla que cobijara el descanso de Oyá.
Y le contó las novedades.
Xangó ya se estaba pareciendo al viejo Zeus, por lo bandido y mujeriego. Un par de días atrás, se había olvidado de su hacha entre unos pastizales por andar revolcándose con una mortal. Ese día también había visto pasar al Ogún, en una carrera alocada y furiosa sacudiendo la espada. Seguramente andaba enojado y algunas cabezas rodarían, la sangre iba a cubrir parte del cielo y de la tierra. A Obatalá, lo encontró abatido y triste, envuelto su rostro por nubes tormentosas. Sus hijos mortales se comportaban peor que las bestias y parecían no tener remedio. Oyá sintió celos, pero se cuidó de demostrarlo. ¿Acaso ella no era la mejor y más bella amante de Xangó, su compañera eterna?
Y así Oxum peroraba mientras se miraba en los distintos espejos del río, hasta que Oyá le contó sobre su intuición. No estaba allí por casualidad. Algo poderoso la había guiado, tal vez unas oraciones, o unas ofrendas destacadas… Pero quizá no. Oyá presentía que era otra cosa.
“Es la madre de una de mis hijas predilectas” dijo Oxum. “Ella te necesita” “El río me trajo en su cauce el rumor de los ruegos, unas lágrimas de desconsuelo que se transformaron en diamantes, y eso confirma que su llanto es sincero. No pudo ofrendar porque no posee casi nada…”
Y Oyá, ya enterada del pedido de su hija, partió luego sabiendo cuál era su tarea…

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