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viernes, 9 de mayo de 2008

Any - Novela I - 2008

Me pregunté por qué no habían quedado fotos de mis padres, ya que Nahir, mucho tiempo atrás, dijo que las fotos habían desaparecido misteriosamente junto con ellos.
“Pero si te miras en el espejo vas a encontrar en tus rasgos un poco de cada uno”.
En mi imaginación rondaban una gran cantidad de rostros, en una mezcolanza imposible de ordenar para elegir, y esto mismo provocaba en mí un gran cansancio que se transformaba en angustia al no poder asir ninguna de ellas para llenar el hueco, aunque fuera con rostros de mentira, el rompecabezas de las necesidades más profundas. En mis primeras experiencias como pintor, me di cuenta luego, que durante mucho tiempo busqué aquellos rostros robados por el destino y la muerte, unos ojos que se identificaran con los míos, un gesto que gritara somos nosotros revividos de color, un gen que motivara la emoción hacia la pincelada certera que los trajera de vuelta. Hasta que los rasgos fueron modificándose hacia las narices chatas, los labios gruesos, y los pelos lacios se volvieron motas; la gama de colores de la piel se hizo morena y las vestimentas fueron el colorinche de los negros tamborileros, los pañuelos a lunares cubrieron las cabezas de las esclavas cuando Montevideo era colonia, y ellas escondían sus santos herejes detrás de los santos católicos impuestos a la fuerza. Allí en las grutas oscuras estaban Oxúm, Ogún, la Pompa Gira, Oyá, Oxalá, el fiero Exú, las figuras estremecedoras de los diablitos rojos de miradas lascivas, acompañando el baile de las negras de culos enormes y miradas dulces y tristes, afianzando la rebelión de las raíces, de antiquísimas creencias, trabajando en secreto para abrir los caminos, para endulzar al amor y romper con las cadenas de explotación, manteniendo entre lágrimas, sangre y tamboril, la identidad ancestral. Sentía, aún con mi distinto color de piel y origen, una fuerte identificación con la raza y la lucha desigual, con su música, tal vez transplantado en mí a través del amor de Nahir, del pecho negro y generoso con pezones gigantes que alimentó mis primeros meses de vida.

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